Es muy complejo escribir sobre Tijuana, porque se corre el riesgo de generalizar y si algo tiene esta ciudad es que es tan plural, tan diferente y tan sorpresiva que querer encerrarla en unas cuantas palabras sería empobrecerla. Por eso quiero hablar sobre un aspecto en concreto, sobre el que, de hecho, he oido y leido muy poco. Lo que pasa es que todo mundo habla de narcotráfico, de prostitución, de gringos ebrios en la Revolución, del burro-zebra, de Hank, de las maquiladoras, de los migrantes, etc.
Pero quiero hablar de la gente que llega a Tijuana huyendo. Por diferentes lugares me ha tocado conocer gente que llegó a esta ciudad porque los problemas de sus vidas les pusieron en el punto de que la única solución era poner tierra de por medio: por ejemplo una mujer que se hartó de que su esposo drogadicto la golpeara todos los días y decidió abandonar, con todo e hijos, su ranchería en Nayarit. Está el caso de un hombre que debía tanto dinero que decidió desaparecer del DF, simplemente se lo «tragó la tierra». Otro hombre que llevaba una doble vida y cuando su familia se enteró, no pudo soportar la verguenza. Un matrimonio cuyo negocio quebró en Campeche y no aguantó el deshonor que le causaba entre los amigos y familiares. Otros muchos que cometieron un delito, que fueron infieles a sus conyuges,que querían librarse de la rutina, etc. Y los más, vinieron huyendo de la pobreza o la miseria aunque no se esperaban que fuera tan terca, porque aquí se les aparecíó con una máscara diferente.
Creo que por esto la gente de Tijuana es muy abierta y solidaria con sus nuevos habitantes: todos sospechan que algún miedo esconde el recién llegado, de algo viene huyendo y, recordando sus propios miedos, auxilian hasta donde se puede. Como queriendo borrar el propio pasado.